Así suele ocurrir con los pingüinos de los altos timbres: rara vez caen y cuando lo hacen caen para arriba, en contra de lo que dictan la ley de la gravedad, el sentimiento popular y el sentido común. Castigan con una nalgadita su estulticia, frivolidad y prepotencia. Como si se tratara de un niño travieso lo mandan a su cuarto aunque ya se sabe que más tarde irán por él para ofrecerle un dulce. Premio de consolación, lo llamaban los clásicos.
Para su camarilla, pagó la frivolidad, la impericia y la torpeza con que aconsejó a su jefe mostrar la cerviz y humillarse frente al atrabiliario extranjero sin darse cuenta que con ello ponían en riesgo no sólo los mangos; también la quinta… Porque el desprestigio internacional y el oprobio nacional cubren y cubrirán como una sombra a ese hombre a quienes sus incondicionales llaman sin rubor: ¡Estadista! Y allá a lo lejos, en el Olimpo de los grandes hombres, Maquiavelo sonríe: En política se puede ser todo, todo, menos ingenuo…
Pero la lealtad, entre más ciega y servil es, tiene luenga recompensa. Y en los confines del Estado de México, los viejos y los jóvenes dinosaurios fruncen el seño y mientan madres.
Carajo, quién como ellos
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